30 de septiembre de 2007. Berlín. Alemania.
42.192m / 3h54' / Media 5'33"
El segundo maratón de esta nueva era (ya corrí dos cuando era un chaval) y nos atrevimos directamente con un maratón internacional: Berlín. Donde estaba el record del mundo -Paul Tergat- y donde Gebrelaisse lo iba a batir.

Nos juntamos en Barajas: Mario mi compi de curro, Iván de Maratonianos, Abel y Roci, Rubén mi hermano y Ana, la Loca y un servidor de vuesas mercedes. El grupo más dispar que se puede juntar para correr un maratón.

Contra todo pronóstico, la inscripción, la compra del vuelo y la reserva del albergue salieron todas bien. Las gestiones por internet habían dado su fruto. El sábado pudimos dar una vuelta tranquilamente por la ciudad, haciendo todo lo que no hay que hacer antes de un maratón: andar, beber cervezas a tutiplén, comer salchichas y demás grasuza, acostarnos tarde... pero qué leches, el record del mundo ya lo iba a batir Gebrelaisse. Para nosotros, nos quedaba lo bueno.

Por la mañana, tras una noche sin apenas dormir, se sucedieron los acontecimientos a toda velocidad y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos dentro de una marea humana dispuestos a intentar el asalto al maratón. Marea humana. Parece que alguien se inventó esa expresión para definir aquello: 40.000 personas reunidas para salir pitando en una dirección en cuanto alguien de la voz de ya.

¡PUM! y a correr
El que pueda, claro. Pasaron 12 minutos desde que salió el primero hasta que atravesamos nosotros el arco de salida ¡y todavía quedaban por detrás miles de personas! Gritos y adrenalina a raudales, alegría y las piernas que tiran de uno, como si se estuviera haciendo un remake de
braveheart pero con tíos en mallas.

Las primeras sensaciones, óptimas. Con el ambientazo y la gran organización te sientes un atleta de verdad, se te olvida que eres un mediocre. ¿como se pueden pasar 10 kilómetros sin darse cuenta? por raro que parezca, así es. ¿cómo hacer creer que se está uno 15 kilómetros más disfrutando a tope? El que no me crea seguramente no sea corredor, y si hay algún corredor que tampoco lo acepte, que corra un gran maratón como este y se convencerá.

Gente animando continuamente, chavales que te chocan la mano al pasar, avituallamientos frecuentísimos y super completos, grupos y grupos de buena música -jazz, blues y rock junto con algunos de percusión-, un ambientazo de deporte, el recorrido por el centro de Berlín... genial.
Igual que en Madrid, íbamos clavando los tiempos en busca de las cuatro horas. En el segundo cuarto sobretodo se barruntaba un tiempazo en torno a las 3:45 y quizá mantuvimos un ritmo que luego nos pasó factura, pero no se nos fue la olla en ningún momento sino que fue la propia carrera la que nos puso ese ritmo.

Kilómetro 30, ya apenas hablábamos -que ya es decir- y las caras no eran tan alegres aunque a Abel siempre se le escapara alguna pavada de las suyas.
El maratón son 30 kms de piernas y 12 de cabeza. Efectívamente. Ahí empezaba lo duro.
Yo fui el primero en caer, en un avituallamiento me descolgué como solía de Abel y ya no era capaz de cogerle como las otras veces. Poco a poco le fui perdiendo y la referencia por kilómetro se fue hasta los seis minutos ¿cómo puede ser? Ah, majo, ahí lo tienes, y eso que decían que ya lo habían quitado:
EL MURO DE BERLÍN. Haciendo evaluación de daños, me di cuenta de que estaba corriendo con la boca cerrada, respirando por la nariz; mi cuerpecito iba totalmente al ralentí, economizando las últimas reservas. Por suerte, solo me dolía el cansancio; ni rozaduras, ni calambres, ni torceduras.

Sobre el kilómetro 35 ya no me iba a detener nada, vi a las chicas... pero no podía parar, imposible, hubiera sido la gran cagada. A rechinar los dientes y a echarle huevos al tema, que no digan estos alemanes que nos achantamos por unos kilómetros de nada. Empezaba a hacer frio pero me di cuenta de que tenía calor, no me gustó aquello y me eché por encima un montón de agua en los avituallamientos.

En los últimos kilómetros, sorpresa, ahí estaba el Abel haciendo marcha, en un particular homenaje a Rodrigo. También había pasado las de Caín (nunca mejor dicho), pero ahí seguía el tío dandole caña. Está mal decirlo, pero siempre da moral adelantar a alguien, aunque supongo que no iba a más de 0,5 km/h más rápido.
Pero sí, miralá miralá miralá miralá, la puerta de Brandenburgo. Un arco del triunfo que se ve durante un kilómetro entero que sabe a gloria. Ya lo tienes macho, lo has conseguido, un esfuerzo más, disfrútalo, ahí te llevas un maratón.